Emilio Muñoz, uno de los toreros más puros del escalafón de finales del pasado siglo, había decidido, tras un voluntario descanso, volver a los ruedos en la temporada de 1990. Como no podía ser de otra manera su intención era estar en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, su casa, y así fue.
Desde hacía tiempo era sabedor de que su regreso al coso de la capital hispalense tendría lugar con un encierro de Manolo González, amigo del diestro de Triana, que no dudó en pasar el invierno en casa del ganadero preparándose a fondo para la reaparición.
Cada día, lloviera, nevara o apretara fuerte el calor, Emilio Muñoz salía al campo a correr intensamente para coger el fondo físico perdido durante su periodo sabático. Todos los días se cruzaba, verja por medio, con un toro hondo, serio y astifino. El diestro de Triana, que nunca se caracterizó por poseer un valor espartano, relataba para sus adentros: “vaya cara de hijo de puta y cabrón que tienes”.
Los días previos al regreso de Muñoz a La Maestranza, que tuvo lugar el día 23 de abril, ese toro cinqueño y astifino, que tenía por nombre “Correríos”, fue embarcado para formar parte del encierro que se lidiaría en la tarde de la efeméride. No tardó en enterarse de ello el diestro de Triana, así como tampoco de que la suerte le había sido esquiva en el sorteo, y que ese toro, que cada mañana le observaba fija y profundamente, formaba parte de su lote. Muñoz maldijo su suerte en repetidas ocasiones pero una gran sorpresa estaba por llegar.
“Correríos”, que saltó al ruedo en quinto lugar, segundo del lote de Muñoz, era tan serio y astifino como noble y enclasado, y permitió a Emilio Muñoz cuajar, la que puede ser, la mejor faena de su vida. Una vez finalizado el ciclo fue premiado como autor de la mejor faena del serial.